El tema de los exámenes

por Kathleen McCurdy

Muchas familias están adoptando la idea de educar a sus hijos sin enviarlos al colegio. Pero siendo los padres productos del colegio, se han imbuido con la noción que el sistema impone, la necesidad de ser “validado” por medio de un examen. Es tiempo que le demos una mirada seria a este asunto, ya que el concepto puede trastornar muchos de los beneficios del llamado homeschooling.

En casi todos los países de Sudamérica, las leyes que regulan la educación dan lugar para que los padres puedan escoger cómo cumplirán con el requisito de educar a sus hijos. En Chile, por ejemplo, los padres tienen “el derecho preferente” de educar a sus hijos, y el Estado debe “otorgar especial protección al ejercicio de ese derecho”. Por lo tanto, en este país no existen reglamentos que controlen cómo los padres educan a sus hijos. Esto es ciertamente lógico, puesto que el Estado solamente puede regular sus instituciones. Cuando los padres deciden delegar la responsabilidad por la educación de sus hijos a las instituciones estatales, el gobierno toma su lugar in loco parentis (que significa “en lugar de los padres”), empleando profesores, construyendo edificios, y diseñando currículos y programas educacionales.

Entonces, para cubrir los gastos de esa educación, los ciudadanos deben pagar impuestos y contribuciones, y en caso de particulares pagan tuición. El gobierno debe comprobar ante el pueblo el buen uso de esos dineros, y lo hace mediante los exámenes, dando a conocer que los niños están avanzando en sus estudios. Pero hay dos problemas aquí. Uno es que los padres que hacen homeschooling usan sus propios medios—al igual que alimentan a sus retoños por sus propios medios. Por lo tanto, no tienen que comprobar a nadie de que los están educando (a menos que alguien haga una denuncia por algún motivo). Si los están educando, están cumpliendo con la ley.

El segundo problema es que los exámenes fueron diseñados para medir colegios y no son apropiados para “validar” al alumno (aunque los profesores así los usan). Al insistir en acceder a los exámenes, los padres demuestran que no saben lo que hacen. Los exámenes solo validan los colegios. Lamentablemente, el pueblo ha creído la propaganda de esos colegios que, no queriendo responder por sus flaquezas, culpan a los alumnos y a sus padres cuando no han logrado salir adelante. Si se emplea un mecánico para arreglar un descompuesto en el auto, y él no lo hace bien y la reparación queda a medio hacer, no se espera que le eche la culpa al auto. El propósito de la educación es, o debería ser, preparar los alumnos para la vida. Pero los colegios han llegado a ser guarderías, aislándolos de la vida y des-validando sus esfuerzos para aprender lo que les interesa.

Hay dos razones importantes para no usar los exámenes. Se comprende que los padres tienen dudas, y quieren saber si los niños realmente están aprendiendo, y un examen parece ser la forma más fácil de averiguarlo. Pero, la primera razón para evitar el examen es que estamos pidiendo un favor al Estado, y el Estado siempre cobra por sus favores. Si es realmente una democracia, entonces el Estado somos el público. Los exámenes libres no son realmente libres; alguien tiene que pagar por ellos. Si el público está dispuesto a pagar para que el Estado asuma la responsabilidad por los niños, no lo hace para los privados. Sí, los exámenes están a disposición de todos los colegios que el Estado controla, pero no puede ni debe controlar a la familia en el hogar. Si valora su libertad de elegir, el padre debe estar conforme con usar sus propios recursos. Puede emplear una profesora para examinar al niño, si desea. O simplemente olvidarse de ese sistema mal diseñado y buscar otra forma de medir el avance académico de su hijo.

La segunda razón para evitar los exámenes es el efecto que tienen sobre el aprendizaje del niño. Sin duda todos podemos recordar ocasiones en que estudiamos datos históricos o fórmulas geométricas que no nos interesaba, pero con el único propósito de “aprobar la materia” para poder pasar de curso. El sistema decide lo que se debe aprender, cómo y cuándo, sin importar que hay diferencias de habilidad, de interés, y de madurez. Quizás tenga sentido para un adulto o un joven con alguna meta que lo requiere, pero para el niño no tiene sentido. Tiene tanto que aprender, ¿por qué no partir por lo que más le interesa? El niño recuerda todo cuanto satisface su curiosidad, siempre, y para toda la vida.

Si el propósito de enviar al alumno a dar el examen consiste en buscar el ánimo para la tarea por delante, le invito a consultar con su sicólogo o su mejor amiga, para que le reconforte y le diga que lo está haciendo bien. Si sus hijos están felices, le hacen mil preguntas, exploran y experimentan todo, copian sus palabras, hábitos y hasta sus gestos, están aprendiendo. Les aseguro que llegarán a ser hombres y mujeres completos, con todo el conocimiento que necesitan para sobrevivir en nuestra sociedad. Y les agradecerán de por vida que no tuvieron que pasar por la ignominia y el oprobio del colegio con sus exámenes y valorizaciones.